lunes, 20 de octubre de 2008
jueves, 26 de junio de 2008
jueves, 12 de junio de 2008
Yo iba caminando, sin paraguas, con lentitud, por una de las calles del casco antiguo de la ciudad. Me gusta caminar cuando llueve porque casi todo el mundo se esconde, y parece que la ciudad es tuya, que es gris, que tiene el corazón roto. Yo iba caminando como siempre, a veces lento y a veces rápido. Entré en una calle más estrecha por la que no tengo costumbre de pasar. Sabía que daba a parar a una plaza con unos cuantos bancos, y que en medio había un buzón amarillo. Aquel día me sentía fatalmente melancólico, así que busqué el contraste del buzón amarillo con la plaza gris. Cuando apareció la plaza ante mis ojos caminé decidido hacia allí. El buzón en medio de la plaza y los bancos. Y como si también formase parte del mobiliario urbano, un hombre sentado en uno de los bancos, mirando al buzón. Lo observé desde la distancia, aunque se iba acortando a cada paso que daba. Me senté en uno de los bancos, empapándome del todo el pantalón, y volví a observarlo. Era un hombre mayor, con la piel arrugada y el pelo y la barba blancos, cubriéndole la boca y la nariz, que la tenia muy grande. Llevaba ropa vieja, pobre. Se notaba que era pobre. Pobre hombre, pensé. Hacía frío, y sentí pena de él. Fui tan estúpido de pensar que él estaba pasando frío sin quererlo, al contrario que yo. No era capaz de entender que alguien como aquel hombre pudiese pasar frío a propósito. Él también me observó. Fue un intercambio de interrogaciones, aunque al poco rato él se cansó y volvió a mirar el buzón. Me di cuenta que estaba escuchando algo, no sabía si la radio o un cd, pero llevaba unos auriculares en las orejas. Ya apenas llovía. Encendí un cigarro y aspiré profundamente. Me inventé una historia para aquel hombre. Decidí...
viernes, 6 de junio de 2008
sábado, 17 de mayo de 2008
miércoles, 14 de mayo de 2008
Una estrella, tras una larga y dura jornada de trabajo (aguantando romances, borracheras y algún que otro asesinato) se ha atrevido a denunciar sus precarias condiciones laborales. Exige agua clara para beber, y que se prohíba la entrada en el local a aquellos que no guardan silencio durante su función. Aunque el sindicato aún no se ha pronunciado, es posible que este suceso acabe derivando en una huelga de todos los trabajadores afectados. Las autoridades han manifestado su preocupación, y parece que es inevitable que la crisis se acabe produciendo.
Aún no se ha hecho ningún balance sobre lo que podría suponer un paro en el sector astrológico, pero se estima que, si finalmente se produce, millones de soñadores y amantes saldrán perjudicados, y que las pérdidas de ganancias oníricas serán las más graves jamás registradas.
jueves, 1 de mayo de 2008
Los días que no vienes a clase es un alivio, porque dejo de preocuparme por deslizar mi libreta y mi brazo hasta la frontera de tu mesa, de pegarme más al papel para escribir, de inclinar mi hombro e ir acercándome lentamente hasta tu mano. .. Sin embargo, cuando apareces por la puerta, y me envuelve tu olor a hierba, y me despierto, me doy cuenta de que me encanta que vengas a clase, y que acabes siempre sentado a mi lado.
Empezamos a jugarnos, ¿no te parece? Yo me voy acercando y tú te dejas acercar. Mi mano acaricia al papel, aproximándose a la tuya, y cuando llegamos al margen de la libreta nos quedamos quietos, nuestras manos rozándose sin moverse, nuestra respiración ligeramente, sólo ligeramente, más agitada.
Me gusta cuando muevo la cabeza y agito mi pelo, y sé que te envuelve mi olor, y te quedas quieto contra la silla, oliéndome, apretando el bolígrafo entre tus dedos. Entonces provocamos una orgía de sentidos en la clase de arte, ante la mirada complaciente del profesor, que nos cree concentrados contemplando a
lunes, 28 de abril de 2008
Aunque no me parece justo decir sólo lo terrible. Han sido fantásticos ciertos reencuentros. Ha sido fantástico recordar cualesquiera reencuentros. Déjame encontrarte.
Me gusta andar por la calle en medio de oros y corales y acordarme de Fran y su cualquier trotango y no poder evitar sonreir, o reir como una loca sin mirar a ninguna parte. Sonreir al recordar los piques con el trovador rubito, los sueños con elena, los abrazos con maría, los tequilas (y los billetes falsos!), una noche de guitarra, y estar en el cuarto preparando las cosas para la pedazo de obra de teatro (mientras Marta, Nieves y yo nos repartimos el fiso y Silvia coge la guitarra y me deja sin palabras cuando empieza a tocar Ojalá). Y conocer a Carlos. Y reencontrarme con Cristina y sus sombras blancas. Y descubrir a un soñador de versos en tiempos difíciles. Y repartir caracolas de mar. Y recibir abrazos. Y asomarme a lo hondo de un pozo de casi 20 metros mientras cierto personaje me obliga a recordar cadaveres subiendo por el agua (casi lo olvido). Y miles de instantes. Miles de risas. Miles de complicidades. Y entender a miradas. Y contar cuentos. Y brindar, brindar... Y los cascabeles y las cartas. Y jugar al sueño y que María lo adivine demasiado pronto. Y que me invite a ir a Málaga (e ir). Y quedar al final Raquel, Fran y yo y no poder evitar una lagrimita traviesa. Y quedar al final Fran y yo y no poder evitar una sonrisita traviesa. Y disfrutar, disfrutar... Y los desayunos, las comidas, las mesas (con sus manteles infinitos). Y perderme buscando cualquier habitación. Y Antonio recitando un cadáver exquisito. Y una hormiguita ahogándose, y un monstruo marino en busca de un espermatozoide. Y Adri modificando cualquier teoría sobre la televisión como fabricadora de orgasmos fingidos. Y una jirafa, una bolsa de patatas, una pistolita, un caza, una ballena que habla balleno, un jarrón con flores sin pétalos, un caballito de mar, cometas felices y cometas mutantes, ron, por si acaso, un reloj de arena, una patera, una flor que muere y renace y que es preciosa, un virus, una señal del camino con letreros impactantes, una pera!, el ojo de Dios y el Peine de Dios, pececitos, gaviotas... más cositas que tengo demasiado sueño para recordar. Y que personajes como vosotros hagan mas bonito el mundo. Y secretos que no voy a contar. Y los que acabaré contando. Y un os quiero. Y más caracolitas y cascabeles. Y un cualquiera que imagina. Cualquier abrazo, cualquier nos vemos pronto. Te lo juro.
¿Sabes? Hoy no me apetece tener cohesión. Hoy me gusta andar entre imágenes que vienen y van, y entre sonrisas que van y vienen.
Encantada de reencontraros, de encontraros, de conoceros, y de invitarnos a conocernos.
sábado, 5 de abril de 2008
Y ella, en medio de esa orgía de sentidos y elementos, se olvida del viento, del mar, del sol, del frío, del calor, de la torre, de los ladridos-latidos, de las cometas-estrellas, de las tardes inventadas. Y callada se entretiene contemplando el lunar de su pecho, y sintiendo con su lengua cada diente de su boca, despertando algunos recuerdos, hasta que choca con uno y se enfurece, y lo estrella, y lo rompe, y lo entierra, y lo destroza, y cuando ya ha muerto se relaja, respira, sus pulmones le hacen ahora el amor al viento, vuelve la calma. Se viste con la ropa caliente de esperarla, recoge sus cosas mientras el grupo de locos y de perros se acerca hacia ella caminando por la orilla y el resto de personas sigue disfrutando de ese lugar tan vulgar (cuando es con ellos) que es la playa.
Y ya sin palabras, los pies helados de meterlos en la espuma, echa a andar descalza hasta el paseo, y allí se vuelve a sentar y mira a ese rincón donde se besan esos días ella y el viento, ella y el mar, el universo… y bruscamente prende fuego a las palabras y se raja la garganta, repudia de su voz. Sus manos y sus gestos le bastan para acariciar al mundo y entenderlo, comprender el desequilibrio que rige esos días de abril o de septiembre en los que él y ella, el verano y la primavera, primero bailan antes de tumbarse por fin en una cama y recrearse en un mundo de sensaciones cálidas y desbordantes que acaba con todo y acaba por ser el origen de todo.
miércoles, 12 de marzo de 2008
sábado, 8 de marzo de 2008
lunes, 25 de febrero de 2008
domingo, 17 de febrero de 2008
sábado, 9 de febrero de 2008
Él la miró, sonriendo, con esa sonrisa de canalla que sólo ella entreveía del todo, y la cogió por la cintura, atrayéndola un poco más hacia su cuerpo.
- A ver - le contestó, invitándola-. Fascíname.
Y ella le acarició y hundió sus manos en su pelo, y con la voz dormida, sin saber muy bien qué palabras usar, empezó a fascinarle.
viernes, 25 de enero de 2008
martes, 22 de enero de 2008
Desgranando Granada
La primera vez que llegué a Granada fue en mi primer año de facultad. Me encontré con una ciudad increíble, un piso de estudiantes sin ninguna norma y un mundo de sensaciones que empezaba a abrírseme.
Ahora que han pasado tantos años me gusta volver a pasear por esas calles estrechas llenas de tiendas que huelen a incienso, y sentarme en un banco del mirador de San Nicolás para ver a la Alhambra desangrándose al atardecer. En cierto modo me veo reflejada en el grupo de muchachas que van cargadas de bolsas por la calle Recogidas, o en las mesas llenas de estudiantes de las teterías o cafés.
Granada ha sido una de las etapas más importantes de mi vida. Me horroriza pensar que ya hablo como si fuese una vieja con treinta y siete años, pero en verdad han cambiado tanto las cosas que me lo parece. La mitad de mis amigos casados y con hijos, colocados en sus puestos de trabajo, y la otra mitad sigue encadenada a sus veinte, enganchados a las mismas cosas que cuando estudiábamos. Algunos han cambiado mucho, y otros siguen igual. Pero Granada no cambia.
Durante los seis años que estuve estudiando en Granada trabajé de camarera en varios sitios. Lo que echo de menos en otras ciudades es el ambiente joven que hay aquí. Gente muy diferente, con gustos y proyectos, preocupaciones… hay en todos sitios, pero en Granada parece que se reconcentra todo. Los personajes que aparecían en los cafés y en las teterías eran tan especiales que servirles las bebidas era una especie de búsqueda de su historia. Y qué historias.
Me gustaba observar a las parejas que en sus primeras citas se rondaban de cerca sin atreverse a darse un beso. Escuchaba de refilón los repasos que hacían los chicos sobre las borracheras que se pillaban cada jueves, y miraba la boca de las personas mientras me pedían la consumición. Cada detalle era perfecto para encajar las piezas de un puzzle que casi nunca quedaba completo.
Por ejemplo, me acuerdo mucho de la expresión de un hombre mayor que estaba sentado sólo en una mesa. Había poca gente en la cafetería, no me acuerdo del nombre, pero sé que estaba cerca de la plaza de toros. Algún día volveré a pasear por allí, para encontrármela de nuevo. No acabo de entender por qué buscamos siempre los guantazos que nos da la nostalgia cuando regresamos al pasado por reflejos, como si nos gustase pasarlo mal. El hombre tenía el pelo blanco y estaba muy bien afeitado, y sus manos se movían con pequeños espasmos, supongo que tendría parkinson o alguna enfermedad que le afectase al pulso. Pidió un café irlandés, “bien cargado”, me parece tenerlo delante ahora mismo. Se lo acerqué a la mesa y me preguntó si era de la ciudad. Yo le contesté que no, que estaba estudiando magisterio. Entonces él me habló de la importancia de la educación en la sociedad, de lo mal que estaba el mundo, de que nadie hacía nada, de que sentía vergüenza por ver cómo andaban los jóvenes haciendo el burro… yo sonreía nerviosa, sin saber muy bien qué decirle. Supongo que el hombre sólo necesitaba hablar con alguien, quejarse en voz alta sobre lo que a él le parecía inaceptable. Volví a la barra rápido y él se fue poco antes de que cerrásemos. Apareció un par de veces más, y siempre que le servía el café irlandés me preguntaba si era de Granada, y yo siempre le contestaba que no, que estaba de paso, y entonces él me hablaba de cualquier cosa, de su pensión, de sus hijos, de la guerra civil, de los malos tiempos… y yo siempre callaba y le sonreía, y en cuanto podía regresaba detrás de la barra. Y un día, el anciano dejó de venir.
Historias como esa, muchísimas. En todos sitios hay alguien que necesita hablar, aunque la persona que le escuche sólo sonría y se retire rápido detrás de la barra.
También hay algunos que no necesitan ser escuchados, y hablan para ellos mismos, o se recrean en el arte. Eso lo vi mucho en las teterías del Paseo de los Tristes, que está a los pies de la Alhambra. En los polletes del paseo hay siempre algún pintor dibujando en lienzos sostenidos a caballetes cojos, o conjuntos de dos o tres músicos que tocan esperando el aplauso de la gente sentada en los cojines tomando té y fumando cachimbas. Y poetas ocasionales que recitan versos por las esquinas, personas disfrazadas, con sombreros de copa y chaqueta, con aire vampiresco, y cafés-teatro dónde por la noche se reúnen. Miscelánea.
Uno de esos cafés, el 27, donde más tiempo estuve trabajando, se convirtió en uno de los sitios más especiales que he pisado en mi vida. Era como una concentración muy fuerte de todo lo que había sido Granada hasta entonces. Un sitio pequeño y gris, lleno de humo, con poemas y trozos de canciones, y fotografías en blanco y negro decorando las paredes, un escenario con un piano que apenas cabía en él, mesas y sillas de estilo antiguo, un aroma romántico embriagado en alcohol y tabaco y alguna otra esencia… y un espectáculo diferente cada noche.
El 27 sí que era un sitio increíble donde trabajar. Mal pagado, estresante y sacrificado, pero qué noches. Y qué historias.
Cantautores desconocidos se abrían al público, desangrándose por las cuerdas de su guitarra o por la boca de su saxofón, manchando el escenario de música viva, que te envolvía mientras escuchabas y se expandía por cada nervio de tu piel. Cuentacuentos que improvisaban en cada actuación una historia, cogiendo a alguien afortunado del público como protagonista, abriendo su mente. Cócteles imposibles de colores extravagantes, vodka-melón rojo, ron y hierbabuena morado, sexo en la playa que se llamaba manos entregadas de naranja, Alexaindre de chocolate y ginebra que dejaba un gusto a se querían, antítesis de whisky, zumos de todos los sabores… El 27 era un sitio sinestésico. Había noches en las que se hacían pequeños concursos de música o de canto, o de improvisación, o espectáculos de malabares de fuego, que eran una locura en un sitio tan pequeño y tan mal ventilado.
Claro que lugares como el 27 hay en todas las ciudades, sólo hay que saber buscarlos. Y gente como la que iba al 27 también, sólo que es difícil de encontrar. Lo bueno de este café teatro era que al ser tan pequeño concentraba a gente muy extravagante. Y despistada. A la hora de cerrar y limpiar las mesas me encontré muchas cosas, y las guardaba esperando a reconocer a sus dueños a la noche siguiente, o a que viniesen a reclamarlas. Un chico se dejó una vez un sombrero de copa negro, fantástico, y algunas noches servía con él puesto, hasta que un día regresó y lo reclamó. Me dio pena desprenderme del sombrero, pero me gustó la cara de aquel chico. Vino un poco cortado, de mi edad, más o menos, y con poco tacto me dijo que el sombrero era suyo, que se lo había olvidado y que lo quería. Yo sonreí y se lo di en la mano. Mi técnica de camarera era sonreír siempre, porque es fácil malentender a las personas cuando no se sabe qué es lo que hay exactamente detrás de una mala petición o una mala contestación.
Me gustaban mucho las pestañas azules de algunas de las chicas preciosas que miraban con tristeza el piano, y los besos que se daban las parejas de enamorados, como si estuviesen fuera del 27, como si la atmósfera de humo los tapase, como si nadie los viese.
Solía dejar antes de cada actuación un bolígrafo al lado del servilletero, y casi todas las noches encontraba mensajes en las servilletas. Me encantaba leerlos. De hecho, todo este recuerdo me ha venido de golpe porque la semana pasada, buscando un abrigo en el fondo del armario, encontré la caja de los botines rojos que solía llevar los últimos años que pasé en Granada como estudiante. Son unos botines preciosos, de charol, tobilleros, con un lazo de raso rojo en el tacón.
Jueves 13, 1993.
Estoy sentada en el filo de una taza de café. Es una taza de porcelana blanca, que está encima de un plato a juego. La taza es pequeña, y mis pies cuelgan encima del café. El café está caliente y mis piernas le dan patadas al humo que sube hacia arriba. Empiezo a marearme, así que me tiro dentro de la taza de café. Me empapo la ropa o me empapo entera. Se cuela un poco de café en mis labios y me acurruco en una de las esquinas de la taza (es una taza de porcelana blanca, redonda). Te miro.
Tú casi nunca bebes café. No te gusta el sabor amargo que se queda en la boca, ni que te espabile de pronto. A ti te gusta disfrutar del sueño apastelado que te ralentiza por las mañanas. Pero a veces, cuando tienes mucha prisa, tienes que beber café para despertarte, y te pones hasta de mal humor cuando te acercas la taza a la nariz, y se te empieza a llenar de ese aroma.
Ahora yo te observo en silencio. Te observo escondida, desde una de las esquinas de la taza de porcelana blanca. Te observo porque me parece que últimamente te has acostumbrado al sabor del café, y a que te queme la garganta. Intento encontrar media sonrisa o un suspiro, o un olfateo más acentuado que demuestre que ahora saboreas con agrado el líquido caliente en tu boca.
Esta mañana me ha parecido ver media sonrisa, una de esas sonrisas de artista, cuando te acercabas la taza a tus labios. Cuando le has dado el primer trago me he dado cuenta de que has paladeado de un modo algo exagerado para ser tú. En el siguiente trago me he dejado arrastrar por el café y me he metido en tu boca. No sé si me he ahogado en tu saliva o en el café, pero cuando hemos separado nuestros labios he sentido un cosquilleo por el cuerpo. Me he acordado de cuando nos conocimos, desayunando en la cafetería de la facultad. Las clases empezaban temprano y tú estabas de mal humor. No hablamos mucho, parecías enfadado con la taza de café, con el camarero y conmigo. Yo observaba en silencio cómo te acercabas la taza a la boca y bebías con aire de disgusto. Aquella mañana me ahogué en tu boca desde lejos, y me pregunté cómo sabrías a café. Y ahora que te tengo a ti y al café en mi boca me pregunto cuántos cafés caben en cada día, y cuántos días en este paquete de café. Y busco otra excusa para mirarte, por ejemplo los cigarrillos que fumas a veces porque sí, y me vuelvo paquete de tabaco y vas sacando cada vez un cigarro y lo fumas, y me quemas y me aspiras, y después busco cualquier otra cosa que vaya a tu boca, el bolígrafo que mordisqueas cuando no sabes qué escribir en los exámenes, y cualquier excusa me parece buena para ahogarme en el tabaco y en tu saliva, en el bolígrafo y en tu saliva, en cualquier cosa y en tu saliva. Y excusa a excusa nos comemos a besos, sin atrevernos a comernos sin excusas, y las risas se superponen a las palabras y te vuelvo a mirar, y a veces me quedo callada, y me pregunto qué pasará el día en el que no haya saliva y otra cosa, que sólo estén nuestras bocas, y me acuerdo de tu boca de lejos para llegar a nuestras bocas de cerca, y no me parece del todo una mala excusa, y me tranquilizo y agarro también una taza de café y desayuno a tu lado, y saco de mi cabeza todas las excusas y empiezo a planear el día, los trabajos y los proyectos, y aparto todas las excusas y me olvido por un momento del café y de tu boca, y del bolígrafo y de tu boca, y del tabaco y de tu boca, y de nuevo cualquier cosa me parece buena para darte un beso, para beberte un poco o para contar algo de eso que dicen que es amor, o café, o tinta o humo, o sombras que juegan bajo más sombras besándose entre excusa y excusa.
Lucía
Noviembre 1993
Espero que recojas tú esta mesa, porque si no esto va a ser una auténtica tontería. Estás preciosa esta noche. Mis ojos te buscan de mesa en mesa, envidian la bandeja que sujetas y el sombrero de copa que llevas esta noche. Sólo a ti se te ocurriría llevar un sombrero de copa en una noche como esta, ¿te das cuenta? Eres la princesa de lo absurdo. Una antítesis con patas. Esta noche sabes a jazz y a mango. Estoy deseando que se le acabe el aire ya al saxofonista y que nos vayamos tú y yo a bebernos Granada. Esto me sigue pareciendo una historia de las que cuentan a veces aquí, en este escenario. ¿Te das cuenta? Pero es de verdad. Somos de verdad. No sé si somos pasión o amor, o gerundio de amar apasionado, pero me encanta. Me encantas, me encantas… y tus sonrisas. Me gusta cuando sonríes a los impertinentes de las mesas. Dice tanto de ti sin palabras… ¿Sabes? Seguro que dentro de diez años o así, cuando ya seamos viejos y estemos casados y hayamos echo una vida excluyéndonos, volveremos a encontrarnos, y entonces será inevitable que recaigamos en esto. Engañaremos a nuestras parejas y a nuestros hijos por estar juntos, ¿no te parece horrible? No podemos ser más egoístas. Y además lo reconocemos. Qué brutos nos volvemos cuando estamos juntos. La chica de la mesa de al lado está cotilleando esto. Nos vemos en un rato.
Cómo te quiero…
Víctor
domingo, 13 de enero de 2008
martes, 8 de enero de 2008
domingo, 6 de enero de 2008
Scrabble
Ya ves que al final no me sirvieron todas las letras, y tuve que quedarme con estas cuatro, las cuatro que salieron al azar de la bolsa verde, que cogiste tú casualmente porque sí, y que encajé yo casualemente porque sí, y que no suman más de 7 puntos esparcidos por un tablero de casillas blancas y púrpuras...