lunes, 25 de febrero de 2008


Me gustaba fingir que estaba abrazada a mis rodillas mirándote desde lejos, esperando que tú no te dieses cuenta. Mirarte así siempre me fascinó, ¿sabes? Te jugaba con los ojos cuando creía que estabas distraído. Ahora sé que la mayoría de las veces me sentías observándote, y que preferías no enfrentarte a mis miradas infinitas y a mis silencios, esos que a veces te parecían incómodos, pero que otras veces eran el centro de una fuerza gravitatoria que iba aumentando la intensidad, acercándonos.

A veces, sin embargo, era inevitable acabar atrapados en un cruce de miradas que no terminaba en ningún parpadeo ni en ningún beso, que tan sólo se sostenía en aquellas canciones que escuchábamos sin darnos cuenta.
Ahora vuelvo a fingir que te miro desde lejos, sin que te des cuenta. Que te desnudo a silencios. A silencios, porque tampoco se puede decir mucho más de las casualidades, de los despistes, de las coincidencias fortuitas y las improvisaciones provocadas
¿Sabes? Tampoco quiero decir mucho más de las cartas escritas y los sellos que nunca compré y que quizás mañana me atreva a comprar. Ni de los buzones quemados por intenciones impulsivas o los carteros asesinados de tantas formas diferentes y sangrientas en mi imaginación. Me envolveré en otro de esos silencios, en uno fronterizo, para que no puedas entreverme del todo. Mientras yo finjo ser un duende en el umbral de tu ventana, observándote en tu noche.




1 comentario:

alguien dijo...

Ven, duende, a Granada, con silencios o sin silencios...