domingo, 10 de octubre de 2010

Otra vez esa agradable sensación...



Pájaros en todas las partes de mi cuerpo. Después de tanto tiempo acomodados en mi cabeza, al principio sentían un fuerte vértigo que les agarrotaba las alas. Una suave brisa empieza a agitar mis pensamientos, los nervios de antes de echar a volar al vacío de tu cama. La imposición de las cosas imposibles o poco probables va desapareciendo a medida que siento avanzar tu proximidad. Sin hacer ruido, con cuidado de no despertar al invierno, nuestras manos comienzan a acercarnos. Parece que el corazón va a reventar, latidos intensos, creo que son golondrinas lo que baja por mis arterias, gorriones en mis pulmones, gaviotas por mis manos, buscando el mar. Será cosa de los vencejos, pero no soy capaz de parar para dormir, así que seguimos en ese ir y venir de las bocas en pleno vuelo, dormidos sin ser conscientes de que los pájaros vuelven a apoderarse de mí, tanto tiempo encerrados en mi cabeza, sin ser capaces de salir, atrapados entre mis costillas. El callejón se abre, la brisa o el viento sube por las piernas, se enreda en la cadera, la cintura, termina en mis brazos que te tocan sin creerlo del todo. Cuestión de que llega el invierno y somos aves migratorias, el rumor del frío y la tormenta, los países lejanos con otros cielos tan inmensos, surcados por otras estrellas y otras alas. Mientras buscamos otros cielos de un Sur que no es el nuestro, yo me quedo un instante más buceando en el cielo de tu boca. Ya no tengo nada encerrado, quién dijo que tenía pájaros en la cabeza no sabía que los pájaros aletean por todo mi cuerpo.



Ya sabes, cosas de Granada.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Impresiones, despertares.

Suena el despertador.
Abro pesadamente los ojos, la tentación de no levantarme de la cama me envuelve entre las sábanas. A través de mis pestañas veo toda la ventana naranja, y la silueta de un monasterio recortada en el cielo ensangrentado. Ligeros pájaros cantan, se mezclan con los ruidos de las obras del patio. Por los pasillos suenan los despertadores de las demás habitaciones, los pasos apresurados de quién llega tarde a clase. Una mezcla de calma-naranja en el marco de la ventana, el amanecer entrando tan lleno, y el frío del invierno dando golpes en el cristal. Déjame entrar, despertarte del todo. Cierro los ojos, un último segundo. Y al volver a abrirlos el cielo se expande en una azul inmensidad, añil lleno de nubes.






domingo, 14 de junio de 2009





Última noticia desde Verona:


La joven Julieta se ha suicidado esta mañana saltando desde su balcón.


Romeo aún no ha hecho declaraciones ante el terrible suceso.



No se ha encontrado ninguna carta que esclarezca los hechos. Tan sólo parece haber aparecido entre la ropa de la joven una nota que ponía "tus mentiras yo las decía en serio".

sábado, 13 de junio de 2009




Tarde entendí que las dentelladas eran pinceladas violentas en un lienzo deshecho... en un lienzo-desecho....

tan condenados siempre tú y yo al café y al tabaco, tan condenados siempre tú y yo a la guitarra y a la poesía, tan condenados siempre tú y yo a la /h/ de distancia...

martes, 9 de junio de 2009

Me iba a la plaza que hay más allá de la Catedral, llena de pájaros y árboles, grandes árboles verdes que llenaban el sitio de amarillo agitado por el viento que azota las ramas en primavera. Un kiosco donde vendían prensa y tabaco, y puestos de flores llenos de claveles rojos, blancos y amarillos, y llenos de rosas rojas demasiado perfumadas, a la venta como remedio de parafarmacia, antídoto contra eso que llaman desamor o contra el amor en tiempos difíciles. Yo me sentaba en una de las mesas, en una terraza llena de gente, y a veces había un guitarrista y tocaba canciones de Paco de Lucía. Entonces me echaba a temblar, se me agolpaba una humedad incontenible en las pupilas, acaso unas lágrimas que nunca se atrevían a salir del todo. Esperaba, porque siempre había una espera, un inquietante anhelo o deseo, la vaga certeza de que ocurriese algo que no pasaría jamás, encontrarte en la silla de al lado, ojeando el periódico y fumando un cigarrillo mientras yo sorbía el café tibio de una taza blanca, tan condenados siempre tú y yo al café y al tabaco, y sin rastro de humo sobre la mesa en la que yo estaba sentada me daba cuenta de que no estabas, de que nunca estarías. Y la verdad de la vigilia me golpeaba el sueño, y con tremendo miedo me preguntaba si habrías estado alguna vez, si no habías sido el resultado de expectativas e ilusiones promocionadas por Hollywood. Y la tarde se ensangrentaba poco a poco, Granada como una fruta que madura, el ir y venir de los estudiantes y pájaros, y el viento azotando las ramas. Y luego vendría el último sorbo del café tibio o frío, la última mirada a otros días del pasado o a la silla de enfrente tan vacía, la indiscutible vigilia de que tú no estás, ni volverás a estar, y la pesada probabilidad de que nunca estuviste. Y un velo negro de otro color que el de tus ojos cubre el cielo de Granada, no hay comisura de tu boca esbozando un vámonos a casa, ya apenas hay comisura de nada, ni atisbo de esa otra vida que era resultado del cine norteamericano.
Y la noche iba refrescando y yo sentía frío, pero no estaba tu chaqueta, tu chaqueta ahora sobre los hombros de otra, hombros caídos e insolentes que la sostenían sin valorar el calor que implicaba aquel gesto. Y con piel fría y oscura, de otros ojos que no eran los tuyos, volvía a casa, buscando entre las losetas de las aceras un vaso de whisky donde ahogarme, donde asfixiarme dentro de un poema o de un solo de guitarra. Tan condenados siempre tú y yo a los poemas y a las guitarras, al café y al tabaco. Y el cielo se contagiaba de estrellas, que no se reflejaban ni en ti ni en mí ni en nosotros, acaso en ese otro cielo que franqueaba ese otro mundo que escondían las sábanas limpias, casi desinfectadas del todo para no guardar nada de tu olor o tu sudor, para borrar los desperdicios que quedaban tras un ritual tan pagano y tan incierto.
Y caía en dialécticas extranjeras intentando encontrar nuevos universos, y aprendía palabras nuevas, palabras nuevas que ya existen pero nadie usa, como “apreciativos”, y me mordía las ganas de gritarte eso, de echarte en cara que no éramos apreciativos y de que estoy segura de que nunca lo fuimos del todo. Y guardo las palabras nuevas al lado de las viejas, y desempolvo ideales revolucionarios que había entre pelusas debajo de mi cama. Y las golondrinas y toda esa cursilería barata o cara me la ahorro, y acabaré volviendo a la plaza del bar a por un café con hielo cuando sea verano, repitiéndose todo como se repiten los ciclos estúpidos del capitalismo moderno, sin que nadie haga nada, sin que nadie se cuestione nada, aceptando simplemente la fatalidad de los días y las noches.

domingo, 31 de mayo de 2009


Tú me mirabas de lejos, sin atreverte a acercarte demasiado. Me cansaba(s). Iba al balcón y encendía un cigarro. Nunca aprendí a fumar, pero me abstraía el humo y me atrapaba la impresión de la ceniza ardiendo. Tiraba la colilla a la calle, como me habías enseñado. A veces no venías, y seguías mirándome desde la cama, mientras yo me perdía entre los coches de la calle con los ojos húmedos de felicidad o de nostalgia. No queríamos entender del todo. A veces había una brizna de realidad, pero preferíamos vendarnos los ojos, hacernos el amor a tientas, adivinando dónde estaba tu boca y dónde tu abdomen, en el cielo de Granada o de tu boca, de estrellas distantes, de caricias lentas, y sin embargo, precisas.

lunes, 25 de mayo de 2009

El destino sabe a limón: podemos jugar con las palabras, y entre azar y azahar sólo hay una h de distancia.






Sigo pensando que las buenas personas existen.