domingo, 31 de mayo de 2009


Tú me mirabas de lejos, sin atreverte a acercarte demasiado. Me cansaba(s). Iba al balcón y encendía un cigarro. Nunca aprendí a fumar, pero me abstraía el humo y me atrapaba la impresión de la ceniza ardiendo. Tiraba la colilla a la calle, como me habías enseñado. A veces no venías, y seguías mirándome desde la cama, mientras yo me perdía entre los coches de la calle con los ojos húmedos de felicidad o de nostalgia. No queríamos entender del todo. A veces había una brizna de realidad, pero preferíamos vendarnos los ojos, hacernos el amor a tientas, adivinando dónde estaba tu boca y dónde tu abdomen, en el cielo de Granada o de tu boca, de estrellas distantes, de caricias lentas, y sin embargo, precisas.

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